Escépticos,
ateos y agnósticos acudimos a la Meca del cristianismo, San Pedro y los museos
vaticanos. Recelosos pero conversos por apreciar las excelencias artísticas
universales, cuya majestuosidad nos fue tan sutilmente introducida en aquellos
maravillosos años de condicionamiento escolar. Al primer tañido de campana
empezamos a libar de impaciencia, hasta el momento de morder el duro hueso de
la realidad. Todos los caminos, en realidad, conducen a San Pedro, y allí
llegamos ignorantes de la representación que iba a tener lugar. La primera
impresión fue de indiferencia y chasco pues por televisión parece un lugar
magnífico e imponente, mientras que en el rigor del directo la ausencia de
emoción fue patente, considerando, a la Praza do Obradoiro con su vetusta
catedral, un lugar mucho más sobrecogedor e impresionante. San Pedro es enorme
y su plaza también, pero lo siento, no me trasmite, será una cuestión divina…
En
el momento indicado, y ante el fervor de una feligrí muchedumbre, hizo su
aparición el gran gurú, el imán, el Bono del catolicismo, el CR7 de la iglesia,
aclamado por cientos de fans, mientras era transportado como una vedette en la
superficie de su austero y poco ostentoso cochecito. Lo vi elevarse sobre la
masa y deslizarse en su estudiado recorrido y entonces, me vi en una nueva
versión de la estrella de la muerte, ante un resurgido emperador Palpatine,
pasando revista a sus brillantes e inmaculadas tropas de asalto ante la
orgullosa mirada de sus discípulos, y aprendices en el reverso más reverso y
tenebroso de la fuerza.
Asqueados
de este circo, nos retiramos al interior de los Museos Vaticanos, línea directa
al lujo y la ostentación. Palacios de mármol, estancias divinas y jardines de
ensueño como contenedores de las más importantes muestras de las artes
universales. Todo en manos de la iglesia, sólo oro en las manos. En dónde quedó
el pesebre y el voto de pobreza……….. la indignación aumentaba en proporción al
número de obras mutiladas por la divina gracia de algún Papa(ostias) de antaño.
Las dependencias son impresionantes, pero la opresión y el acoso de los cientos
de personas que como tu ejercen su derecho de visita, invita a la visión
apresurada so pena de ser arrollado por el rodillo de la muchedumbre curiosa.
Traca
final: la Capilla Sixtina. El pasillo se estrecha, escaleras que bajan. Una voz
en off te recuerda en 20 idiomas lo sagrado del lugar y el consiguiente respeto
que has de demostrar. Indumentaria apropiada, no foto y permanecer en silencio.
Entramos. La joya de la corona permanece en penumbras, lo entiendo, pero yo
vine a ver los frescos, al igual las 6000 personas restantes que me acompañan…
por un momento pensé en encender el mechero en alto y gritar otra, otra!! Pero
en lugar de eso me fui sin mirar atrás triste y decepcionado. Abandonamos el
lugar, le dijimos arrivederci a San Pedro y nos perdimos por la Roma que
esperábamos encontrar.