Poniendo
un paréntesis al bullicio romano, hicimos una escapada hacia el sur, a las
faldas del mítico monte Vesubio, hacia la misteriosa villa de Pompei y hacia
los brazos de la curiosa idiosincrasia del bullicio napolitano.
Pompei
es un mundo en el que se congeló el tiempo. Una ciudad de la antigüedad con una
estructura y organización que ya quisieran para si muchas urbes de la
actualidad. Las piedras supuran historia y cuentan que hace miles de años,
sucumbieron ante un terremoto y más tarde fueron sumergidas por los rojos ríos
de lava que la ira de los dioses incitó a escupir al furioso Vesubio. Pensar en
estas circunstancias es lo que da valor y sorprende, cuando te encuentras la
ciudad con los restos de cientos de casas, con sus entramadas calles, sus
plazas, templos, teatros, anfiteatros y hasta un coliseo. Sin duda, es un desafío
a la naturaleza, al paso del tiempo, a la memoria.
Dejamos
“Villa dei misteri” y volvimos en el circumvesubiano, para pasar la tarde hasta
la hora de salida del tren hacia Roma, paseando por las calles de Napoli. Las
pocas horas pasadas allí fueron de las más intensas y podríamos decir que
provechosas de los últimos días. Napoli, es un puntazo… en seguida que
comienzas a caminar por la ciudad, te das cuenta que su carácter es excepcional
y que en ella, al margen de todo lo que hayas oído o leído, rigen unos
principios y fuerzas poco usuales.
Napoli
es un enorme y pintoresco estercolero con un gran encanto. La suciedad y la
basura se amontonan en las esquinas y en las fachadas de los edificios de las
calles llenas de coches, furgonetas, camiones pero sobre todo motocicletas
todos con las mismas cualidades: bocinas agudas y total carencia de
dispositivos de frenado. El centro histórico es un entramado de calles
estrechas, pero con edificios altos que apenas dejan llegar la luz del día al
suelo, lo que le confiere un aspecto sombrío y húmedo. El escaso espacio aéreo
está surcado por innumerables cuerdas que, de fachada a fachada, componen una
telaraña de coloridas ropas a secar. El cuadro se completa con los moradores de
las callejuelas. Napoli es un hormiguero de futuras promesas del calcio corriendo
detrás de balones, cientos de tiendas de ultramarinos y peluquerías, bares,
pequeños negocios, mercados callejeros. Es una ciudad viva como ninguna otra. Receptora
de gran cantidad de emigrantes, es un crisol de culturas, pero sobre todo, un
pueblo que vive en la calle. En sus esquinas, entre los despojos, pasan el día
cientos de personas, ociosas o que parecen estarlo, pero que en realidad son
los vigilantes de ese “sistema” que mantiene en funcionamiento el engranaje de
la ciudad y su área de influencia.
La tarde transcurrió
entretenida y nos dirigimos de nuevo a la estación a través de la calle
comercial con buen sabor de boca y una extraña cara de sorpresa, agradable
sorpresa.