Notas de viaje

"La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren."

Francis de Croisset


domingo, 6 de mayo de 2012

Viva Napoli!


Poniendo un paréntesis al bullicio romano, hicimos una escapada hacia el sur, a las faldas del mítico monte Vesubio, hacia la misteriosa villa de Pompei y hacia los brazos de la curiosa idiosincrasia del bullicio napolitano.
Pompei es un mundo en el que se congeló el tiempo. Una ciudad de la antigüedad con una estructura y organización que ya quisieran para si muchas urbes de la actualidad. Las piedras supuran historia y cuentan que hace miles de años, sucumbieron ante un terremoto y más tarde fueron sumergidas por los rojos ríos de lava que la ira de los dioses incitó a escupir al furioso Vesubio. Pensar en estas circunstancias es lo que da valor y sorprende, cuando te encuentras la ciudad con los restos de cientos de casas, con sus entramadas calles, sus plazas, templos, teatros, anfiteatros y hasta un coliseo. Sin duda, es un desafío a la naturaleza, al paso del tiempo, a la memoria.
Dejamos “Villa dei misteri” y volvimos en el circumvesubiano, para pasar la tarde hasta la hora de salida del tren hacia Roma, paseando por las calles de Napoli. Las pocas horas pasadas allí fueron de las más intensas y podríamos decir que provechosas de los últimos días. Napoli, es un puntazo… en seguida que comienzas a caminar por la ciudad, te das cuenta que su carácter es excepcional y que en ella, al margen de todo lo que hayas oído o leído, rigen unos principios y fuerzas poco usuales.
Napoli es un enorme y pintoresco estercolero con un gran encanto. La suciedad y la basura se amontonan en las esquinas y en las fachadas de los edificios de las calles llenas de coches, furgonetas, camiones pero sobre todo motocicletas todos con las mismas cualidades: bocinas agudas y total carencia de dispositivos de frenado. El centro histórico es un entramado de calles estrechas, pero con edificios altos que apenas dejan llegar la luz del día al suelo, lo que le confiere un aspecto sombrío y húmedo. El escaso espacio aéreo está surcado por innumerables cuerdas que, de fachada a fachada, componen una telaraña de coloridas ropas a secar. El cuadro se completa con los moradores de las callejuelas. Napoli es un hormiguero de futuras promesas del calcio corriendo detrás de balones, cientos de tiendas de ultramarinos y peluquerías, bares, pequeños negocios, mercados callejeros. Es una ciudad viva como ninguna otra. Receptora de gran cantidad de emigrantes, es un crisol de culturas, pero sobre todo, un pueblo que vive en la calle. En sus esquinas, entre los despojos, pasan el día cientos de personas, ociosas o que parecen estarlo, pero que en realidad son los vigilantes de ese “sistema” que mantiene en funcionamiento el engranaje de la ciudad y su área de influencia.
La tarde transcurrió entretenida y nos dirigimos de nuevo a la estación a través de la calle comercial con buen sabor de boca y una extraña cara de sorpresa, agradable sorpresa.

miércoles, 2 de mayo de 2012

En las orillas del Tévere


La Roma esperada se encuentra en las orillas del Tévere, oculta en un entramado de callejuelas estrechas, confinadas por edificios de austeros colores ocres, marrones y amarillos sucios. Sus calles empedradas parten como dendritas de los márgenes del río, y desembocan en animadas piazzas custodiadas por imponentes iglesias o palazzos rencentistas. No faltan los cafés, bares o restaurantes con sus terrazas repletas a todas horas. Los mercados populares como en Campo dei Fiori endulzan el aire viciado de la urbe con sus esencias especiadas. Los pintores, pintorcillos y pintorzuchos de Piazza Navona, dan colorido a un entorno de por si alegre y pintoresco. La via Coronari y sus tiendas de antigüedades y rincones acogedores, la piazza della Rotonda con el imponente panteón milenario… Descansar en el frescor de la Isola Tiberina degustando un gellato de sabores reales, o el intenso aroma de un espresso, mientras la sombra de los árboles y la brisa fluvial te acarician, es una experiencia que no se debe dejar escapar. Después, cruzar contemplando el puente roto, caminar por el Aventino con su historia, sus monumentos y más historia y regresar, otra vez a los meandros del Tíber y cuando cae la tarde perderse entre las calles de Trastevere y sus gentes.
El sabor de una cerveza al anochecer, se mezcla con la algarabía de la Roma popular, joven pero tradicional, que abarrota los bares y discurre por las callejuelas bajo las cuerdas de coladas que son el sello de identidad y distintivo de este barrio de Trastevere. Es la antítesis de Piazza de Espagna y la Via dei Condotti, y alrededores, con sus tiendas de lujo, y del rancio y mojigato entorno de San Pedro. Nada que ver. Por un momento lo vimos todo perdido, hasta que la herrante escapatoria de la muchedumbre nos condujo, con nuestros pies cansados, a este amplio rincón de calma dentro de un vendaval,  al que volvimos cada tarde, fieles a nuestra cita.
Visita obligada son el bimilenario Foro, Colosseo y Palatino con su polvo ancestral y sus piedras en equilibrio desafiante al paso del tiempo. Tras la visita, una vez sacudidos nuestros pies, volvimos la vista al río y descendimos hacia sus orillas nuevamente para perdernos, una vez más en sus sombras.
Cada viaje es distinto, y cada ciudad es un mundo de rincones que coleccionamos y guardamos como un tesoro en nuestra memoria, pues es lo que nos llevamos, es nuestro capital y yo, con pedacitos de ciudad como este, me siento cada vez más rico.