La noche además
de para el amor, es para los valientes. Es un toque de queda que sólo los
crápulas más intrépidos son capaces de desobedecer, recorriendo clandestinos el
viaje al fin de la noche, para retirarse lentamente a sus guaridas en los
instantes postreros que preceden al alba. Conforme el cielo empieza a
palidecer, las primeras luces se asoman, tímidas, creando un mar de sombras que
se escabullen por el efímero intervalo que precede al nuevo día. Allí habita la
quietud y la calma, la vida permanece en suspenso en el reino del silencio, los
negros de la noche se acortan escurriéndose por los sumideros de la mañana y la
atmósfera adquiere un brillo mortecino de tonos grises, neutra, hasta que estos
se desvanecen transformándose en aire límpido de ocres pálidos y azules.
Es el momento del
frescor en los días calurosos, la tregua del descanso anterior a las tórridas
jornadas veraniegas. Poco a poco los grillos cesan en su polifónico coro
cediendo el testigo al afónico canto del gallo que habita en la vereda de la
puerta de atrás. La ciudad, poco a poco se despereza al compás del excitado
trino de los gorriones. El asfalto húmedo se sacude la carcasa de rocío, y transpirando
el fresco vapor pone en ebullición los engranajes que perfilan los escenarios
del teatro de un día cualquiera. En él, si llueve, el cielo interpretará al
piano de la lluvia un drama intimista; en cambio si el Sol es protagonista, traerá
con la caricia de sus cálidos rayos una comedia analgésica que ayudará a
transitar con una sonrisa por los malos tragos que se puedan presentar.
Poco a poco, las aceras se construyen con el rítmico aporte de decenas
de hormiguitas, que con los ojos aun cansados de cargar con el peso de sueños
recientes, se dejan ver tímidas y pausadas dibujando, ladrillo a ladrillo, los
senderos de hormigón y cemento que conducen al trabajo, al ocio, al tedio o, al
sopor cotidianos de un nuevo día que amanece como preludio del futuro inminente
que habita anónimo donde las calles no tienen nombre.
Asomado
a la ventana del alba, disfruto del instante de paz y tranquilidad que ocupa la
antesala del día, mientras, al otro lado, la noche agoniza y muere. Aturdidas
por el aroma del café recién hecho, mis legañas se disuelven en un mar de
palabras, de negro sobre blanco; y respirando el frescor de la bruma de la
mañana, recojo mis fuerzas para afrontar la lucha cotidiana y deambular por las
innombrables calles sin nombre. Porque hoy es la siguiente batalla. Porque ahora
es el futuro.