La noche se muere y al
compás del Sol la selva se duerme. El día apaga poco a poco la rítmica serenata
de sus huidizos habitantes que se retiran a sestear para reponerse de las
correrías nocturnas. De forma paralela, otro mundo, el mundo de los seres
diurnos, despierta temprano. La tropa invade otra jungla, la de las calles del
pueblo o las ciudades, la de las carreteras, y se dispone para la escuela o el
trabajo. De repente la vida transcurre en la parada, esperando el autocar o con
el lento pedalear del campesino en bicicleta. No importa cuanto tarde el
autobús o lo lejos que esté el destino, el día tiene horas suficientes para la
pausa, así los minutos parecen durar más y los kilómetros medir el doble. Sin
prisa es más fácil digerir la vida.
En los últimos días he
absorbido imágenes de lugares increíbles, de fauna y flora que sólo habían
existido en los libros. Escenas domésticas, como las anteriores, que por
repetidas y pintorescas merecen ser incluidas en el álbum de los recuerdos.
Hablo de Costa Rica, del país que habita en un continuo documental de National
Geographic, de “Tiquicia” como gustan de llamar sus amables nativos
autodenominados “Ticos” o “Costarrisueños” como me gusta llamarlos a mi, pues
siempre reciben al forastero con una palabra amable y con una sonrisa. Me he
empapado en cuerpo con la torrencial lluvia tropical, con el sudor del
intranspirable calor húmedo, con las caldosas aguas del Mar Caribe y del Océano
Pacífico que no requieren del incómodo trámite térmico en ciertas partes; pero
también me he empapado el alma asistiendo al desove nocturno de la tortuga
verde bajo un cielo puro tapizado por miles de estrellas y nebulosas, con el cansino
rascar del perezoso, el intimidante aullido de los monos aulladores, con la
maternidad de la ballena jorobada, la descarada pesca de los pelícanos al
atardecer, los tucanes, guacamayos, quetzales, colibríes, cocodrilos, caimanes,
ranas, víboras, iguanas, epífitas, heliconias, orquídeas, bromelias, el bosque
lluvioso, el bosque primario, el bosque secundario… he volado sobre las
nebulosas copas del bosque nuboso, he visto volcanes, playas de ensueño y he
conocido a personas interesantes, con sus interesantes fragmentos de historia,
sabiduría y experiencia del que han hecho su modo de vida. Tiquicia es un país
orgulloso y consciente de ocupar un lugar privilegiado en el planeta que le
permite disfrutar de una flora y una fauna de un ensueño exótico. El 32 % del
territorio nacional lo constituyen áreas protegidas, siendo bosques más del la
mitad de la superficie del país, albergando en ellos el 25 % de la
biodiversidad del planeta. Costa Rica es un país desmilitarizado, otra
particularidad, otro punto a favor… para que lo queremos, esto es Tiquicia, no
es Esparta. Ni falta que hace. Son sólo datos, pero en esencia constituyen los
condimentos y los ingredientes de un plato absolutamente recomendable.
Como en tantos otros lugares
maravillosos, he dejado una parte de mi en suspenso, a la espera de algún día
poder volver y cerrar el círculo y reencontrarme con ella, de nuevo con esa
tierra increíble. Hasta entonces, ese trocito de mi permanecerá errante, a la
deriva, en cualquier carretera del país llenándose las retinas con paisajes
verdes, ríos celestes o con el vuelo de la mariposa Morfo azul, mientras espera
que pase el próximo autocar. Una hora, dos horas, no importa el tiempo porque
allá sobre todas las cosas permanece la tierra, la vida. La Pura Vida.