La
Roma esperada se encuentra en las orillas del Tévere, oculta en un entramado de
callejuelas estrechas, confinadas por edificios de austeros colores ocres,
marrones y amarillos sucios. Sus calles empedradas parten como dendritas de los
márgenes del río, y desembocan en animadas piazzas custodiadas por imponentes
iglesias o palazzos rencentistas. No faltan los cafés, bares o restaurantes con
sus terrazas repletas a todas horas. Los mercados populares como en Campo dei
Fiori endulzan el aire viciado de la urbe con sus esencias especiadas. Los
pintores, pintorcillos y pintorzuchos de Piazza Navona, dan colorido a un
entorno de por si alegre y pintoresco. La via Coronari y sus tiendas de
antigüedades y rincones acogedores, la piazza della Rotonda con el imponente
panteón milenario… Descansar en el frescor de la Isola Tiberina degustando un
gellato de sabores reales, o el intenso aroma de un espresso, mientras la
sombra de los árboles y la brisa fluvial te acarician, es una experiencia que
no se debe dejar escapar. Después, cruzar contemplando el puente roto, caminar
por el Aventino con su historia, sus monumentos y más historia y regresar, otra
vez a los meandros del Tíber y cuando cae la tarde perderse entre las calles de
Trastevere y sus gentes.
El
sabor de una cerveza al anochecer, se mezcla con la algarabía de la Roma
popular, joven pero tradicional, que abarrota los bares y discurre por las
callejuelas bajo las cuerdas de coladas que son el sello de identidad y
distintivo de este barrio de Trastevere. Es la antítesis de Piazza de Espagna y
la Via dei Condotti, y alrededores, con sus tiendas de lujo, y del rancio y
mojigato entorno de San Pedro. Nada que ver. Por un momento lo vimos todo
perdido, hasta que la herrante escapatoria de la muchedumbre nos condujo, con
nuestros pies cansados, a este amplio rincón de calma dentro de un vendaval, al que volvimos cada tarde, fieles a nuestra
cita.
Visita
obligada son el bimilenario Foro, Colosseo y Palatino con su polvo ancestral y
sus piedras en equilibrio desafiante al paso del tiempo. Tras la visita, una
vez sacudidos nuestros pies, volvimos la vista al río y descendimos hacia sus
orillas nuevamente para perdernos, una vez más en sus sombras.
Cada
viaje es distinto, y cada ciudad es un mundo de rincones que coleccionamos y
guardamos como un tesoro en nuestra memoria, pues es lo que nos llevamos, es
nuestro capital y yo, con pedacitos de ciudad como este, me siento cada vez más
rico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario