Notas de viaje

"La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren."

Francis de Croisset


lunes, 20 de agosto de 2012

Noruega: la antesala del invierno y III. Los fiordos


Desde Bergen tomamos un tren que con extrema puntualidad nos condujo a Myrdal. En un apeadero entre montañas de cumbres nevadas, nos subimos al Flamsbana o tren de Flam, una obra de la ingeniería que tiene el privilegio de ser el tren convencional que transcurre por la vía con mayor porcentaje de desnivel del mundo. En apenas 20 km, descendemos desde 845 m de altitud, hasta el nivel del mar, entre espectaculares laderas, pintorescos pueblecillos y numerosas cascadas ubicados en un paisaje de encanto. Al final de la línea se encuentra el curioso y turístico pueblo de Flam, con su puerto de partida y escala de numerosas embarcaciones destinadas a mostrar la maravilla natural de los fiordos.
El barco nos condujo desde Flam a Gudvangen, en dos horas de recorrido a través del Aurlandsfjorden y del Naeroyfjorden, dos de los más estrechos y espectaculares fiordos, “afluentes” del gran Sognfjorden. Al inicio de la travesía el sol no quiso faltar a la cita, pero poco a poco las nubes lo amordazaron, permitiendo el filtro de una luminosidad suficiente para dar al paisaje las pinceladas justas de luces y sombras, creando un cuadro sobrecogedor en un marco incomparable.
El mar es verde turquesa, las montañas, altísimas moles de paredes verticales tapizadas de verde o desnudas de gris, el mismo color del cielo. Entre los dientes de esa sierra, caen al vacío hilos de agua procedentes del deshielo y en la base se suaviza en verdes valles con núcleos de casas, cuya existencia es imposible de imaginar durante los largos y duros días de invierno. En la cubierta del barco desearías tener visión periférica de 360º, pero desistes y te sientas atónito fijando la vista en alguna dirección, luego en otra, casi insensible al frío que se puede sentir al navegar por el ecuador de una tarde del mes de agosto.
Todo llega, y el fin no es una excepción. Echando la vista atrás, al estrecho desfiladero de roca y agua salada, montamos en el autobús que nos dará la última muestra de Noruega en forma de cáscara de nuez, a través de carreteras sinuosas que recorren valles glaciares, bosques y lagos…
De vuelta al tren que nos conduce a Bergen, se termina nuestro breve pero intenso viaje, por una pequeña muestra de este país que disfruta del verano, preparándose para el invierno que siempre se aproxima.

lunes, 13 de agosto de 2012

Noruega: la antesala del invierno II. Fløyen - Rundemanen


A escasos 100 metros del mercado del pescado se puede tomar el funicular que asciende a Floyen, el balcón de Bergen. Una vez arriba te asomas a la panorámica de la ciudad, a unos 400 metros de altitud, contemplando el Byfjorden, el fiordo en el que se ubica, en su magnitud, allí hasta donde alcanza la vista.
Floyen es un lugar pintoresco ubicado en un macizo denominado Rundemanen, que alberga el “parque” de la ciudad, al que los lugareños acuden cada día a disfrutar del ocio al aire libre. Existen numerosas rutas de diferente longitud y dificultad para disfrutar de esta porción de los bosques de Noruega, todas perfectamente señaladas en paneles y en folletos que se promocionan en la oficina de turismo.
Una vez arriba, y tomadas las fotos de rigor sobre la bahía, seguir cualquiera de los senderos indicados, es adentrarse en una espesura de arces, abetos y demás coníferas que cubren un tapiz de musgo mullido del que parte una neblina que rodea al entorno con un manto de misterio y quietud. Conforme se asciende más, el macizo se desnuda y los árboles descienden por la ladera, como cortinas que se abren descubriendo una ventana infinita hacia el mar y la tierra disgregada en numerosos fragmentos se fije la vista en la dirección que sea. Al otro lado el imponente macizo granítico, suda agua por numerosos poros, acostumbrado a rigores más invernales.
El paisaje lo completan numerosos lagos, vestigios presentes de nieves pasadas en otra época perpetuas, que en su nuevo estado configuran numerosos espejos en los que se refleja el verdor del bosque y el blanquiazul del cielo.
El círculo se completa, pero el sobrecogimiento te rodea, descubriendo en cada curva, en cada repecho, ladera o recodo un lugar de ensueño o simplemente una piedra en la que sentarte a escuchar el silencio.
De vuelta a Floyen, cansado de la caminata pero empapado de naturaleza, te sientas a contemplar incrédulo la ciudad a escasos metros, mientras esperas a que el Sol remoloneando, se meta en su cama de agua para poner fin a un día extraordinario.

domingo, 12 de agosto de 2012

Noruega: la antesala del invierno I. Bergen


Bergen es la segunda ciudad de Noruega después de la capital Oslo. Está ubicada en el suroeste del país, en la costa donde la tierra se disgrega en trozos de diferente tamaño, formando un caos de islas, islotes y penínsulas entretejidas por una maraña de fibras marinas que son los famosos fiordos. Desde el aire, esta zona a la insinuante luz del anochecer, muestra un paisaje sin igual revelándose como el aperitivo perfecto a lo que el viajero se va a encontrar.
Bergen, no es la típica ciudad nórdica (al menos en esta época del año) en cuanto a ambiente. Es animada y bulliciosa pero sin ser escandalosa, pero huele a invierno por los cuatro costados. El aire está impregnado del olor de especias, a una mezcla de curri y mostaza, pero a medida que bajas al puerto, la brisa del mar te asalta con su fragancia de sal y pescado. A pie de mar, se encuentra el mercado del pescado, con sus puestos de toldos escarlatas, donde el salmón, el bacalao, la ballena y el cangrejo rey son las estrellas y se pueden degustar a la plancha, ahumados, en bocadillo, etc. Dejando atrás el fish market, continuando la línea del muelle, se llega al Bryggen, una pintoresca línea de casas de madera adosadas que antaño fueron los almacenes de los seres y enseres de los pescadores y que en 1702, tras un incendio devastador, resurgieron de sus cenizas tal y como eran entonces para convertirse en el símbolo y orgullo de la ciudad. Bajo el amparo del mediático sello de la UNESCO, hoy albergan cafés y tiendas de artesanía y souvenirs.
Fuera de esta zona, y no muy lejos de ella, se puede huir del alboroto de los miles de turistas que la transitan a diario, y perderse por la esencia nórdica de Bergen. Son varios los barrios formados por entramados de calles adoquinadas, estrechadas por casitas de madera de colores variados. En sus esquinas se detiene el tiempo y el silencio se adueña del espacio a escasos metros del bullicio, mientras puedes ver a algún vecino incrédulo de encontrarte fuera del meollo que te saluda educadamente.
En esta época del año la cantidad de luz es espectacular, unas 17 horas al día, que invita a la gente a disfrutar al máximo de la primavera tardía u otoño temprano (así es su verano), lo que se refleja en el sin número de actividades al aire libre que realizan los amables pero fríos noruegos: correr, andar en bici, patear por el monte, terracear, vida nocturna… aprovechando cada rayo de sol, mientras se preparan para la inminente llegada del invierno que se aproxima.