Notas de viaje

"La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren."

Francis de Croisset


jueves, 17 de septiembre de 2015

TIQUICIA O CUANDO LA VIDA ESPERA EL AUTOCAR

La noche se muere y al compás del Sol la selva se duerme. El día apaga poco a poco la rítmica serenata de sus huidizos habitantes que se retiran a sestear para reponerse de las correrías nocturnas. De forma paralela, otro mundo, el mundo de los seres diurnos, despierta temprano. La tropa invade otra jungla, la de las calles del pueblo o las ciudades, la de las carreteras, y se dispone para la escuela o el trabajo. De repente la vida transcurre en la parada, esperando el autocar o con el lento pedalear del campesino en bicicleta. No importa cuanto tarde el autobús o lo lejos que esté el destino, el día tiene horas suficientes para la pausa, así los minutos parecen durar más y los kilómetros medir el doble. Sin prisa es más fácil digerir la vida.


En los últimos días he absorbido imágenes de lugares increíbles, de fauna y flora que sólo habían existido en los libros. Escenas domésticas, como las anteriores, que por repetidas y pintorescas merecen ser incluidas en el álbum de los recuerdos. Hablo de Costa Rica, del país que habita en un continuo documental de National Geographic, de “Tiquicia” como gustan de llamar sus amables nativos autodenominados “Ticos” o “Costarrisueños” como me gusta llamarlos a mi, pues siempre reciben al forastero con una palabra amable y con una sonrisa. Me he empapado en cuerpo con la torrencial lluvia tropical, con el sudor del intranspirable calor húmedo, con las caldosas aguas del Mar Caribe y del Océano Pacífico que no requieren del incómodo trámite térmico en ciertas partes; pero también me he empapado el alma asistiendo al desove nocturno de la tortuga verde bajo un cielo puro tapizado por miles de estrellas y nebulosas, con el cansino rascar del perezoso, el intimidante aullido de los monos aulladores, con la maternidad de la ballena jorobada, la descarada pesca de los pelícanos al atardecer, los tucanes, guacamayos, quetzales, colibríes, cocodrilos, caimanes, ranas, víboras, iguanas, epífitas, heliconias, orquídeas, bromelias, el bosque lluvioso, el bosque primario, el bosque secundario… he volado sobre las nebulosas copas del bosque nuboso, he visto volcanes, playas de ensueño y he conocido a personas interesantes, con sus interesantes fragmentos de historia, sabiduría y experiencia del que han hecho su modo de vida. Tiquicia es un país orgulloso y consciente de ocupar un lugar privilegiado en el planeta que le permite disfrutar de una flora y una fauna de un ensueño exótico. El 32 % del territorio nacional lo constituyen áreas protegidas, siendo bosques más del la mitad de la superficie del país, albergando en ellos el 25 % de la biodiversidad del planeta. Costa Rica es un país desmilitarizado, otra particularidad, otro punto a favor… para que lo queremos, esto es Tiquicia, no es Esparta. Ni falta que hace. Son sólo datos, pero en esencia constituyen los condimentos y los ingredientes de un plato absolutamente recomendable.


Como en tantos otros lugares maravillosos, he dejado una parte de mi en suspenso, a la espera de algún día poder volver y cerrar el círculo y reencontrarme con ella, de nuevo con esa tierra increíble. Hasta entonces, ese trocito de mi permanecerá errante, a la deriva, en cualquier carretera del país llenándose las retinas con paisajes verdes, ríos celestes o con el vuelo de la mariposa Morfo azul, mientras espera que pase el próximo autocar. Una hora, dos horas, no importa el tiempo porque allá sobre todas las cosas permanece la tierra, la vida. La Pura Vida.

martes, 3 de febrero de 2015

EL ÚLTIMO BAR

Qué tal? Compañero
Dime cómo vas
Es oscuro el cielo?
A que sabe el mar?
Fue hace tiempo ya
Que lejos estás
Te han echado, amigo
Del último bar?

Tengo tantas respuestas
Por dónde empezar
Desde aquel día
No te había vuelto a hablar

Cómo van tus sueños,
Aprendiste a volar?
Subiste a la montaña,
Conociste la verdad?
Descansa en tu viaje
Riamos como ayer
Brindaban dos amigos
Con mucho por hacer.

Qué existe tras la puerta
Quisiera preguntar
Espera, deja abierto
No quiero despertar.

En fin, compañero
Entonces, ya te vas?
a que huele el cielo?
Es oscuro el mar?

martes, 30 de diciembre de 2014

Entre copas

Es el momento de apurar los últimos tragos de la cosecha de 2014. Las notas de cata variarán en función de la experiencia que haya degustado cada paladar: mediocre para los exigentes, bueno para los conformistas, esperanzador para los ingenuos. Cada boca tendrá su sabor y las sensaciones entre copas dejarán un regusto acorde al bagaje y a los gustos de cada sumiller. Desde la perspectiva de este humilde catador, ha sido ésta una añada, cuando menos, extraña. El sabor amargo inicial es de larga duración, pero el aprendizaje, que no cesa, y las experiencias van abriendo paso lentamente a suaves  notas de dulces afrutados que se manifiestan al final, explotando en una dosis de apetecible y renovada realidad. No obstante, los sorbos se deben de dar con cautela para evitar que los vaporosos efluvios etílicos perturben el ya de por sí mismo maltrecho juicio. A la vista, las tonalidades oscuras del caldo se disipan en reflejos aterciopelados que recogen con suavidad la excesiva lágrima derramada. A pesar de todo, el cuerpo es cálido, con un toque salvaje y te invita a no dejar nunca de sonreír.

Entre copas anda el juego, y el mundo tiene otro aspecto a través de la curvatura del fino cristal. La cálida embriaguez es ácida pero auténtica en soledad, y tras la sucesión de brindis, al final de la botella, son muchos los caídos y pocos los elegidos. Así todo el gusto perdura y como el vino se aprecia mejor con los años. Son cosas de la edad.

La realidad es que en pocas horas las últimas gotas se habrán derramado y esta vez no habrá mesías que convierta el agua en vino. Una nueva cosecha se avecina, plagada de nuevas realidades que descorchar. Muchas botellas que vaciar, para bien o para mal, porque si algo hay cierto es que el tiempo no para, no espera. Por eso hoy y siempre alzo mi copa por las cosechas que vendrán en las que compartir con aquellos, los de verdad, errores y éxitos, fracasos y alegrías, sonrisas y lágrimas. Porque in vino veritas.

domingo, 6 de julio de 2014

EL LEGADO DE KHIBU

Desde pequeño Khibu es un muchacho inquieto y curioso con el entorno que le rodea. Se pasa horas observando el cielo nocturno poblado de puntos luminosos a los que no encuentra significado. La araña en la tierra, la serpiente en el árbol, el silbido del viento… Khibu colecciona preguntas y anhela respuestas que nunca llegan. Busca consuelo en su padre, un espejo en quien mirarse un ídolo al que seguir en el largo camino hacia la madurez. Este intenta satisfacer sus enormes ansias de aprendizaje. Le regala respuestas, intenta esbozar el significado de las cosas paliando sus inmensas inquietudes, pero cada duda solventada da lugar a dos nuevas y estas, a su vez a otras cuatro. El saco de las respuestas imposibles se expande más allá del contenido que su raída tela puede soportar, por lo que Padre acaba dándose por vencido y se rinde ante tanta curiosidad. Entonces Padre, abrumado, cree que ha llegado la hora e invita a Khibu a encontrarse con el Sabio y consultar con él todas las inquietudes infinitas. Sabio M’mbebe es un anciano anterior al mundo. Ya era viejo cuando Padre era sólo un niño y acumula más años y experiencias que diez hombres juntos. Se dice que proviene de la raza de los primigenios, los primeros hombres que trajeron el equilibrio de la existencia de todos los seres que cohabitan la Naturaleza. Su sabiduría se remonta a los tiempos lejanos por lo que si algo es digno de tener explicación, Sabio M’mbebe es la humilde respuesta.
Khibu sigue el consejo de Padre, visita a Sabio M`mbebe y le pregunta acerca del sentido de las cosas. Por qué la lluvia cae del cielo, al igual que la fruta madura. Qué es esa bola luminosa que acompaña las noches del mundo… Sabio M’mbebe complacido, acoge a Khibu en su casa, le habla de los orígenes del Mundo y le cuenta que en la quietud y en el silencio viven todas las respuestas. Que sólo hay que prestar la atención suficiente y el tiempo acaba demostrando que en cada rincón del mundo habita la Paz de las Cosas Sencillas. El silencio trae reflexión y en la reflexión está el conocimiento, el conocimiento es la respuesta y la respuesta está en la sencillez que a su vez es la puerta de entrada hacia la Paz y la Calma espirituales. Pero para alcanzar tan magno objetivo, se debe escuchar el silencio desde dentro, desde el corazón, y observar con los ojos cerrados el rumor del mundo. En el flujo de la vida habita la naturaleza y ella es la Madre, la verdad absoluta,  porque aglutina todas las respuestas. – Deja que la Madre fluya y sabrás. Empápate en sus ojos y conocerás – dice Sabio M’mbebe.
Khibu sigue la senda marcada por Sabio. Se pasa las horas instalado en el fondo del corazón, escuchando el silencio. Poco a poco van llegando a él los sonidos que tejen el mundo y aprendiendo a interpretarlos va adquiriendo los conocimientos que permiten completar su metamorfosis. El niño inquieto que fue una vez, rompe la crisálida y se convierte en un joven cargado de sabiduría y sabedor de muchas respuestas que antes lo inquietaban y que ahora posee como conocedor de la verdad de muchos de los enigmas que lo rodean. Khibu crece en calma aprendiendo a escuchar desde el corazón y comprendiendo el significado y la esencia de las Cosas Sencillas. Khibu el joven es un ser en plenitud con su entorno, sensible a los cambios que se producen a su alrededor y perfectamente respetuoso con el resto de congéneres y demás criaturas que coexisten compartiendo el polvo del camino, como esencia de la existencia misma.
Sabio M’mbebe sigue de cerca la evolución del muchacho y consciente del potencial desarrollado por Khibu, lo adopta como su joven aprendiz y discípulo. Una mañana Khibu despierta ansioso después de pasar la noche entre sueños inquietantes, se levanta y busca a Sabio y le pregunta cómo puede conocer que es y donde habita el destino. Si nacemos predestinados o si en cambio éste es forjado por la fragua de nuestros pasos, dibujado por el pincel de nuestros actos. Sabio responde que comprender el destino implica un conocimiento profundo de uno mismo y para completar su formación lo invita a emprender un viaje que lo conduzca a los orígenes de su propio Yo. El viaje implica abandonar la seguridad del entorno conocido, adentrarse en los confines de la tierra y en cada nuevo lugar paladear la Paz de las cosas sencillas según las enseñanzas adquiridas con los años. Llegado el momento, el viaje lo conducirá al pie de la Montaña Sagrada de Nahiru, en donde deberá afrontar el reto de alcanzar la cima para adentrarse en el Templo Sagrado que se oculta en su cumbre. Una vez dentro, deberá encontrar al Espíritu que lo habita. En ese momento, sólo si su formación se ha completado, estará preparado para recibir su legado.
Khibu emprende el viaje que lo llevará al origen del destino. Con lagrimas en los ojos se despide de los suyos y parte con el equipaje ligero del alma al compás de las primeras luces de un día de verano. Su lento y firme caminar por la senda de la realidad lo conduce al mar. A su orilla se para y contempla su inmensidad. Observa como su sinuosa superficie riela los rayos de la luz del Sol en numerosos destellos que calientan la piel. Ve como las ligeras olas besan la orilla y se retiran. Cíclicamente. Prueba su tacto tibio al introducir los pies en su lecho y abrazado por su relajante masa ve como se dibuja la silueta de su reflejo en las aguas plateadas. Y piensa.
El viaje continua por caminos y veredas de afiladas pendientes y angostos pasos que consiguen abrirse en la inmensidad de un valle ocupado por las grises aguas de un lago. Al contrario que el mar, su superficie es lisa y brillante como el cuarzo. Khibu se acerca y arroja un guijarro que rompe la calma en numerosos círculos que se pierden en el infinito. Distorsionada por las ondas, observa su imagen reflejada en la superficie. Y piensa. El lago no es un principio, sino un final. El destino de las aguas que bajan por la montaña en un lecho susurrante que esquiva a su paso los gigantes de piedra de numerosas formas majestuosas. Acompañado por la mirada de las fantasmales caras de los colosos de piedra, Khibu comienza el ascenso a la Montaña Sagrada. A mitad de camino tiene sed, se arrodilla en el río, sumerge la cabeza y bebe. Al terminar, las gotas que caen de su rostro dibujan su reflejo en la orilla, y Khibu, piensa.
Cae la noche y en el cielo sin luna se ilumina el camino de estrellas que lo guía en el último esfuerzo hacia la cumbre. Khibu exhausto por el peso de los años que ha acumulado desde que abandonó su aldea, flaquea con el último aliento y pide a las estrellas que le presten la fuerza necesaria para completar el círculo. Cuando el alba despunta, al compás de las sombras alargadas de la mañana, alcanza la cumbre. Los primeros rayos de sol muestran la entrada del templo. Khibu se sienta a sus puertas y medita. Es la hora de la verdad. Al traspasar el umbral todo adquirirá significado o por el contrario el esfuerzo habrá sido fútil, en vano.  El templo es una gruta en realidad, y su interior está en penumbra, pero lo suficientemente iluminado para alguien que haya aprendido a ver desde el corazón. Khibu se adentra en las profundidades en  busca de la sabiduría del Espíritu de la cueva. Su lento deambular por las tinieblas lo conduce a la estancia principal, un gran espacio excavado en la roca y flanqueado por enormes arcos. Del techo se descuelgan numerosas columnas de cuarzo, gruesos espejos que moldean la luz como un caleidoscopio. De repente, al fondo, un destello dibuja una silueta. Khibu corre hacia ella pero al alcanzarla no ve más que su reflejo en roca. De nuevo algo se mueve en la entrada sea lo que sea es huidizo y no se deja atrapar fácilmente. Al llegar al lugar, el vacío absoluto lo llena otra vez su imagen en la piedra. Entonces gira en redondo sobre sus talones y se da cuenta. Cientos de Khibus se repiten en el laberinto de espejos como réplicas de sí mismo. Entonces khibu piensa. Imágenes, reflejos, son la única verdad. El verdadero Espíritu de la cueva. No existe nada más allá del reflejo. No hay nada tras el espejo. Lo que se refleja es lo que existe. Es lo que es.
El anciano Khibu contempla orgulloso los rostros de los niños que, rodeando la hoguera, lo observan con los ojos como platos, sin pestañear atentos a los relatos que el sabio anciano les narra. Al final del camino, estamos nosotros, les dice. El destino lo construyen nuestros actos, el camino lo hacen nuestros pasos. La  respuesta es el reflejo, está en nosotros. No hay entes ni fuerzas superiores. Sólo nosotros y la Naturaleza. Ese es nuestro legado.

lunes, 24 de marzo de 2014

LA CIUDAD



Ciudades, colmenas de aceras
Nidos urbanos de hormigas obreras
Sus días ebullen en ríos de gente
Se gritan, se miran, se toca y no siente.

Perfil de cemento que rompe los cielos
Acero y cristal que crece del suelo
Come y respira, se alimenta de vidas
Crece el bullicio muriendo en silencio.

La ciudad que habitas es como una quimera
Un crisol de luces, un castillo de arena
Un mar muerto de vivos y rostros perdidos
Con paredes que hablan lenguas de ladrillo.

Grises, almas que actúan en dramas sin guerra
En teatros de sueños sin gloria y sin pena
Fantasmas sin risa, techo ni morada
Despojos que pueblan las calles mojadas.

Ciudades, laberinto de antenas
Que acercan al mundo a la vez que lo alejan
Si odias te aman, si quieres te matan
Navegan de día y de noche naufragan.

La ciudad que habitas es como una quimera
Un crisol de luces, un castillo de arena
Un mar muerto de vivos y rostros perdidos
Con paredes que hablan lenguas de ladrillo.

Nace otro día viajando en tranvías
Hacinadas dormitan mil historias distintas
De esperanza, de prisas, ilusiones vacías
Por tomar cada tarde un tren de utopías.

lunes, 10 de marzo de 2014

Veinte días de Octubre



Se acortaban los días y el viento tibio traía con su susurro la cadencia melancólica del vals de las hojas caídas.  La calle estaba humedecida y el cielo a media luz enseñaba sus grises jirones de nubes que refunfuñaban amenazantes. Mario salió de casa como cada  mañana a esperar el autobús que lo llevara a la escuela. En su cabeza los pequeños proyectos del día que encajaban como piezas de un rompecabezas en sus numerosos y fantasiosos sueños de preadolescente. El nuevo videojuego de moda, el entrenamiento de baloncesto, el control de mates… un día cualquiera. Llegó a la parada y se ajustó la cremallera de su zamarra, pues aquella mañana de octubre despertara fresca. Alrededor todo era normal. Las mismas caras de todos los días, los mismos gestos. Gentes de todas las edades, género y condición con sus vidas, problemas y circunstancias, de los que Mario permanecía ajeno girando dentro de su propio universo.
El autobús irrumpió entre la lenta corriente del tránsito y se detuvo ante la impaciente concurrencia que entró apresuradamente una vez se hubieron abierto las puertas. Mario se arrastró perezoso hacia el final del vehículo, arrastrando su mochila y esquivando a los pasajeros que permanecían de pie en el pasillo. Acurrucado en un rincón quedó sumergido en una tormenta de pensamientos, adormilado por el traqueteo del motor y con la vista al exterior empañada por la respiración condensada de los viajeros. Saliendo de su ensimismamiento se detuvo en la sedosa y suave voz de una muchacha que charlaba animadamente con su compañera de asiento. Hipnotizado se puso a escuchar y disfrutó de su risa, de su desparpajo, de su alegría. Tenía más o menos su edad. Tal vez fuera un año mayor que él. Dos a lo sumo. Era una de esas personas que desprenden un aura especial, que atraen inexplicablemente de tal forma que la eliges involuntariamente y sientes un profundo deseo por llegar a conocerla y explorar en su interior. Y allí seguía dicharachera con su abrigo y su gorro de lana. Mario era incapaz de apartar la mirada de ella.
De repente las chicas se levantaron y se dirigieron a la puerta. Se acercaba su parada y en su camino de salida pasaron delante de Mario que permanecía embobado, como en trance. En el momento de descender, ella le dirigió su mirada, y Mario como saliendo del hechizo, fue consciente de que la miraba fijamente y sintió el calor del rubor coloreando su imberbe cara. El autobús arrancó y su figura se alejó en la distancia.
Al día siguiente allí estaba de nuevo. Y al siguiente. Y al otro. Cada día Mario se montaba ansioso al autobús y la buscaba entre los pasajeros y una vez la localizaba se agazapaba para poder observarla en secreto. Conforme pasaban los días comenzó a experimentar sentimientos y cascadas de sensaciones que nunca antes había conocido. Se pasaba horas en la inopia, fantaseando con la chica. Ya no pensaba en las cosas triviales del día a día. Anhelaba saber su nombre y reunir el valor suficiente para poder dirigirle la palabra. Aquellos días de octubre, se sintió fuerte. Tenía una motivación extra para saltar de la cama y dirigirse hacia el mejor momento del día, aquel trayecto en autobús de apenas veinte minutos en la anónima compañía de Lucía. Porque así se llamaba. Lo había descubierto siguiendo una de sus conversaciones al acecho desde el final del autobús.
Avanzaba octubre con sus lluvias, recortando la vida de los días, pero Mario ajeno a todo aquello, vivía su primavera en otoño. Cada nueva mañana, se creía con fuerzas suficientes para demostrarle a Lucía que coexistía con ella en el mundo, pero llegada la hora de la verdad permanecía inmóvil, embelesado con la presencia de la muchacha y con los ojos brillantes fijos en su sonrisa.
Nunca olvidará aquella mañana fría y soleada, cuando ya despuntaba noviembre, que se subió eufórico al autobús, como otro día más desde aquel que se fijara en ella por primera vez, a por todas, dispuesto a hablar o a morir en el intento, cuando se percató de su ausencia. No viajaba en aquel autobús. Ni al día siguiente. Ni al otro. Nunca más volvió a verla. Aquellos días de noviembre el mundo se volvió gris, en blanco y negro como una antigua fotografía. Lucía, tal como había entrado en su vida, se había ido.
Con el tiempo, como es lógico, Mario logró superarlo. Pero aun así con el paso de los años, cada vez que toma el autobús para ir a trabajar, no puede evitar evocar los recuerdos de aquella infancia feliz y piensa en Lucía, y en la mujer en la que se habrá convertido, y vuelve a fantasear como en aquellos veinte días de octubre, en los que comenzó a perder la inocencia y marcaron en su conciencia un recuerdo indeleble. Para siempre.

jueves, 20 de febrero de 2014

POEMA DE PIEL Y HUESO



Quiero escribir poemas contigo
Al sentir del abrazo el abrigo
Recoger de tus labios sonetos prohibidos
Y rimar con mis dedos en tu piel estribillos

Soñar a la noche versos eternos
Que el tiempo arroje sobre el alma sus pernos
Asomado a tu oído dibujar susurros
Derribar con caricias del tabú los muros

y subir al abismo
y allí interpretar
con las manos canciones
que hagan volar
recibir al calor
de tu pelo aplausos
comiendo la miel
del triunfo en los labios

Acostado a tu lado, quiero ser poeta
con mi pluma esgrimir en el aire una letra
que no hable de dramas ni sea perfecta
que ponga la guinda, al deseo su meta.

Y así abrazados sonar cien trompetas
de espaldas al mundo bailar sin vendas
Al son del tambor, que redoble pasión
Al ritmo insaciable del corazón

y subir al abismo
y allí interpretar
con las manos canciones
que hagan volar
recibir al calor
de tu pelo aplausos
comiendo la miel
del triunfo en los labios.