Es el momento de apurar los últimos tragos de la cosecha de 2014. Las notas
de cata variarán en función de la experiencia que haya degustado cada paladar:
mediocre para los exigentes, bueno para los conformistas, esperanzador para los
ingenuos. Cada boca tendrá su sabor y las sensaciones entre copas dejarán un
regusto acorde al bagaje y a los gustos de cada sumiller. Desde la perspectiva
de este humilde catador, ha sido ésta una añada, cuando menos, extraña. El
sabor amargo inicial es de larga duración, pero el aprendizaje, que no cesa, y
las experiencias van abriendo paso lentamente a suaves notas de dulces afrutados que se manifiestan
al final, explotando en una dosis de apetecible y renovada realidad. No obstante,
los sorbos se deben de dar con cautela para evitar que los vaporosos efluvios etílicos
perturben el ya de por sí mismo maltrecho juicio. A la vista, las tonalidades
oscuras del caldo se disipan en reflejos aterciopelados que recogen con
suavidad la excesiva lágrima derramada. A pesar de todo, el cuerpo es cálido,
con un toque salvaje y te invita a no dejar nunca de sonreír.
Entre copas anda el juego, y el mundo tiene otro aspecto a través de la
curvatura del fino cristal. La cálida embriaguez es ácida pero auténtica en
soledad, y tras la sucesión de brindis, al final de la botella, son muchos los caídos
y pocos los elegidos. Así todo el gusto perdura y como el vino se aprecia mejor
con los años. Son cosas de la edad.
La realidad es que en pocas horas las últimas gotas se habrán derramado y
esta vez no habrá mesías que convierta el agua en vino. Una nueva cosecha se
avecina, plagada de nuevas realidades que descorchar. Muchas botellas que
vaciar, para bien o para mal, porque si algo hay cierto es que el tiempo no
para, no espera. Por eso hoy y siempre alzo mi copa por las cosechas que
vendrán en las que compartir con aquellos, los de verdad, errores y éxitos,
fracasos y alegrías, sonrisas y lágrimas. Porque in vino veritas.
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