Notas de viaje

"La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren."

Francis de Croisset


martes, 17 de diciembre de 2013

Calles vacías



Le gustaba la sensación de perderse y encontrarse a sí misma caminando por las calles vacías. Disfrutaba al sentir, la compañía de la oscuridad y del viento frío cuando arremolinaba con su presencia las inmundicias que poblaban las aceras elevándose y arrastrándose al son de la brisa. Se divertía jugando con el reflejo de su sombra en las paredes mojadas que rezumaban a su alrededor un silencio hueco y opaco. Así, hablándole a la madrugada, paliaba con calma, la ansiedad de las noches de insomnio. Era una noche más, como las otras, pero de pronto, a lo lejos, percibió un destello que rompió en pedazos la negrura. Un brillo incidente e incisivo le hirió los ojos y penetró profundo en su cerebro, rompiendo la magia y llenando de inquietud aquel momento. Había algo al final de la calle. Algo refulgía como un claro de luna en la espesura de un bosque en una noche de invierno. Salvo que esa noche, no había luna. Con los ojos agotados en el esfuerzo por adaptarse a la oscuridad, distinguió una figura recortándose contra el horizonte. Era él, sin duda, había vuelto una noche más. Estaba con la cabeza agachada, a lo lejos, con su pelo agitado por el aire, allí estaba, mirándola. Se ruborizó y con el sobresalto, intentó agazaparse contra la pared en un esfuerzo inútil de esconder su presencia. El hombre le sonrió en un relámpago de luz brillante, que le cegó la vista. Apenas se recuperó pudo ver cómo se giraba y comenzaba a caminar al tiempo que le lanzaba una mirada sugerente por encima del hombro, en una invitación callada a que lo siguiese. Como en un hechizo, la intriga se volvió más poderosa que el temor, y sin darse cuenta comenzó a seguirlo con sigilo. Más adelante, al ver desconcertada que lo perdía de vista, intentó llamar su atención, pero su garganta no emitió sonido alguno. Entonces se lanzó tras él en una carrera desesperada recortando en poco tiempo la distancia que la separaba del extraño y relamiéndose en la euforia embriagadora al creer en la victoria. Ya estaba a punto de darle alcance cuando sintió como sus piernas de repente se volvían pesadas y se hundían en un fango viscoso que le impedía avanzar sin realizar un esfuerzo brutal para lanzar una pierna detrás de la otra, y vio como el asfalto se deshacía en una pasta arcillosa y alquitranada que la atrapaba y amenazaba con engullirla. Ella se resistía, luchando con todas sus fuerzas contra la densa masa, sin perder de vista al extraño. Consciente de sus dificultades, él se detuvo y la esperó sonriendo con picardía, con los brazos abiertos a la altura de la cintura, mostrándose como el receptáculo continente de un abrazo. En ese preciso momento se vio a si misma arrastrándose por un suelo duro de hormigón, áspero; y extendiendo los brazos hacia el muchacho, trató de tocarlo, mientras que lo veía vaporoso, y como un espejismo, doblaba una esquina y se esfumaba. Maldijo en voz alta, pero no sonó más que un eco amortiguado y lánguido. Poniéndose en pie con rabia, emprendió el camino que había marcado el muchacho en su huida, comprobando atónita, a lo lejos, como el callejón se estrechaba y terminaba ciego unos metros más adelante. Sin salida. Nada. El joven muchacho parecía haber desaparecido, tal vez para siempre.
Todavía aturdida por el desconcierto, comenzó a sentir como el aire se espesaba y la atmósfera elevaba su temperatura. Se le aceleró el pulso al tiempo que sentía una presencia, que no estaba sola. Se giró rápido como el que quiere atrapar a un animal por sorpresa, y allí se encontraba, de pie frente a ella, observándola con naturalidad, sonriéndole. Era real. Carne y hueso. Hermoso. En un suspiro, como en un juego de manos, se abalanzó sobre ella y la rodeó en la suavidad de sus brazos. Sus ojos se fundieron en la misma mirada. En ese momento, una fricción apasionada se apoderó de su sistema nervioso, subiendo por su columna vertebral, y produciendo un borboteo de electricidad en su vientre. El calor brotó de sus mejillas, mientras ambos se balanceaban mecidos en un baile al son de una música imaginaria. El deseo la paralizaba al compás de la suavidad de las caricias. Sin querer, dejó escapar un suspiro de placer al sentir como la piel se estremecía a su contacto. Entornó la mirada. Exhaló en el anhelo de querer probar la miel de los labios del hombre, y saborear la dulce violencia de la lengua de él en su boca. De repente su corazón se detuvo en una arritmia de tiempo congelado y eterno, y fue cuando él la iba a besar que volvió a latir seco como un tambor. Rítmico como una sirena. Estridente como una alarma, repetitivo como el eco… abrió los ojos… y de repente se vio caminando por las calles vacías.

lunes, 29 de julio de 2013

Islandia (y V): en el corazón de la niebla



Avanza la tarde y con ella, procedente del mar, la niebla se acurruca en los huecos de las montañas, creando un manto de vapor aterciopelado que lo recubre todo. Da igual donde me encuentre, en la costa o en el interior de Islandia. Si espero el tiempo suficiente escribiré desde el corazón de la niebla. Ahora, abrigado por su húmedo manto, me encuentro dispuesto a pasar página y a hacer el inventario de los recuerdos generados durante las dos últimas intensas semanas. La colección la forman paisajes insólitos, en muchos casos sobrecogedores, majestuosos y de una belleza extraordinaria. Mis botas todavía rezuman trozos de caminos que le confieren una capa forjada por el agua y los colores de la tierra: rojo, gris, verde, marrón pero sobre todo negro. He visto cascadas, glaciares, lagos, volcanes, ríos, montañas, pozas de agua ardiente, lugares donde notas el calor del interior de la tierra y su murmullo asomarse por orificios como ventanas al infierno… al girar en cada recodo de la carretera es la puerta que se abre a un nuevo paisaje, a un nuevo país.
Sólo la experiencia de tomar la carretera 1 que circunvala el país merece la pena. Es recorrer parajes sorprendentes mientras las postales van cambiando. Porque la identidad de Islandia son sus carreteras. Estrechas, a veces sin pintar, con el firme en mal estado y eso en el mejor de los casos. Muchos lugares son inaccesibles con vehículos convencionales, porque están llenas de baches, piedras o se debe vadear ríos. Incluso carreteras “principales” tienen kilómetros enteros que pasan del asfalto a la tierra o la gravilla. Esto es muy importante ya que el día que al gobierno se le de por construir autovías y adosados, Islandia se habrá perdido para siempre.
El agua también es otro símbolo de identidad (como el hielo y el fuego). Brota por todas partes. Fría y caliente. Y en todos los casos de una calidad inigualable. He bebido más agua del grifo en 15 días que durante los últimos 20 años.
Más destacable, si cabe, que todo lo anterior es la inmensa paz y tranquilidad que existe en este lugar. Si entradas atrás comentaba de la calma de Reykjiavik, ésta parece un mercado en hora punta comparado con el resto del país. Aquí la vida tiene otro ritmo otra cadencia, que se altera con la llegada de los miles de turistas a los que los amables islandeses acogen con los brazos abiertos, orgullosos de una forma de vida. Orgullosos de su extraordinario país.
En fin, todo llega y en unas horas emprenderé el camino de regreso al reencuentro con la noche, al calor de la rutina y de los amigos y seres queridos tan necesarios, pero siendo consciente de que una parte de mi se queda en este país, tocando los acordes de la eterna canción de hielo y fuego. Espero, algún día, tener la oportunidad de volver a reunirme con ella.

viernes, 26 de julio de 2013

Islandia IV: Canción de hielo y fuego



Islandia es un país de contrastes, de paisajes antagonistas forjados por una historia de hielo y fuego. El recorrido de la carretera 1 es una muestra de ello. Al pasar la población costera de Vik, te introduces de lleno en un campo de lava que abarca más allá de lo que la vista puede alcanzar. Esta llanura es una alfombra cubierta de mullido musgo verde, que tapiza viejos valles glaciares, antiguos delta desde las altas montañas interiores hasta el mar. Son kilómetros y kilómetros de tapiz de magma solidificado que el ahora extinto volcán Laki lanzó en la primavera de 1783, sepultando todo lo que encontró a su paso. Ahora la carretera de circulación atraviesa este cementerio de piedra y no puedes más que sobrecogerte ante tanta inmensidad. De repente la lava va dejando paso a la arena. El horizonte se hace más amplio y tras una curva un coloso de piedra de case 800 m de altura cae en vertical sobre la carretera. Abrumado por esta visión, al dejarlo atrás te introduces en una llanura de arena recorrida por numerosos ríos procedentes del desague del gigantesco Skeidararjokull uno de los mayores brazos de hielo del coloso Vatnajokull, la mayor masa de hielo del mundo fuera de los polos. Estas llanuras de arena, aportes de los glaciares, se denominan Sandar y ocupan la mayor parte de la costa sureste islandesa. En esta parte el fuego cede el testigo al hielo que se vuelve el protagonista del paisaje con innumerables glaciares que descienden desde las altas cumbres de Vatnajokull hasta casi el nivel del mar, teniendo su culmen en la preciosa laguna glaciar de jokullsarlon, donde el glaciar Breidamerkurjokull se deshace en numerosos icebergs de hielo azulado.
La canción de hielo y fuego no termina en esta laguna, entre focas y charranes. Por toda Islandia hay vestigios de obras pasadas gravadas con rojo magma. Las denominadas Tierras Altas son un enorme desierto de polvo negro y ceniza. El origen y entorno del Lago Mytvatn es un cúmulo de campos de lava y cráteres y montañas que se desescaman en heridas amarillas y crepitan desprendiendo calor y humos vaporosos. Allí la corteza terrestre es un estrecha línea que separa la calma y la belleza naturales del terrorífico y ardiente infierno que se puede desatar cuando la naturaleza alivia sus tensiones por los puntos calientes de la tierra. Sin duda será esta una canción de hielo y fuego que se seguirá escribiendo en el futuro.

martes, 23 de julio de 2013

Islandia (III). Landmannalaugar: walking on the moon



Es difícil explicar con palabras las sensaciones que entran por los ojos al visitar esta región de las tierras altas de Islandia denominada Landmannalaugar. Al adentrarte en la Reserva Natural de Fjallabak puedes comprender que te encuentras en un paraje insólito: un desierto volcánico de color marrón rodeado de altas montañas, lagos y surcado por ríos procedentes del deshielo. Al final de la pista, se encuentra Landmannalaugar, un lugar único. Comprender que es lo que hay allí, y visualizarlo sin haber estado, es imposible, pero se puede intentar realizando un sencillo ejercicio de imaginación. Para ello debes cerrar los ojos y pensar en un valle circular, inmenso, de color verde brillante, con ríos de agua cristalina que lo cruzan y un pequeño grupo de ovejas paciendo en un rincón. Alrededor, el valle lo rodean montañas triangulares que se entrecruzan, como dientes de una sierra, y se derriten ladera abajo en múltiples colores: marrones, grises, blancos, verdes, rojos, anaranjados... A tu espalda un inmenso campo de lava tapizado con una moqueta verde de musgo, rompe el paisaje en miles de formas caprichosas y aleatorias de cristal y piedra. Ahora escucha… lo oyes? Al fondo el balar perdido de una oveja. En la distancia el murmullo de un lecho de agua que corre. De vez en cuando el aire que ruge suave. Fuera de eso, nada. El vacío absoluto.
Al final del sendero, en la cima, la tierra respira exhalando nubes de vapor y cercos de amarillo azufre. El centro de la tierra palpita, ardiente, pero aguarda paciente. Desde arriba, el paisaje es sobrecogedor por su magnitud.
Al descender, se desanda el camino con la sensación constante, al girar la vista 360º, de que caminas por un mundo perdido, por otro planeta. Si la Luna fuera en color y Marte fuera no fuera rojo, serían, sin duda, Landmannalaugar.

viernes, 19 de julio de 2013

Islandia (II). Reykjavik, ante todo mucha calma



Reykjavik es una ciudad con alma de pueblo que se viste de capital para que sus apenas 120000 habitantes le otorguen un carácter alegre y animado. Reykjavik es moderna con mucho ambiente nocturno, con muchos bares y tiendas que hacen que las calles sean bulliciosas y con gente en movimiento hasta bien avanzado el día. Pero este bullicio no es ruidoso, sino la antítesis de la propia identidad de la ciudad porque si hay algo que puede contagiar Reykjiavik, es tranquilidad, sosiego y calma. Mucha calma. Es un Spa kilométrico con casitas bajas, recubiertas con paneles de chapa de colores, que forman calles relativamente estrechas por las que apenas hay tráfico, y los pocos coches que transitan por ellas lo hacen a un ritmo pausado, sin estrés. No importa la hora que sea ni hacia donde se dirijan, su destino seguirá estando allí cuando lleguen. Por sus calles no hay tensión, y algunos rincones rezuman paz.
Los rayos del Sol son un bien escaso a pesar de las numerosas horas de luz, y cuando estos hacen su aparición, los cafés comienzan a sacar el mobiliario a la calle inundándose las terrazas con los lugareños ávidos de absorber hasta la última gota de radiación, mientras lo acompañan con un cremosos capuccino o una dorada cerveza.
En este rincón del mundo, próximo al confín de la tierra, el tiempo no pasa, se detiene y se queda a disfrutar de la vida en su máxima expresión, a pesar de las durísimas condiciones ambientales a la que está sometida esta ciudad. Porque siempre se aproxima el invierno.

miércoles, 17 de julio de 2013

Islandia (I): Viaje al fin de la noche



Es difícil de concebir el día sin la noche, es como un círculo que no se cierra, la cara sin la cruz o un héroe sin supervillano. Por ello la sensación que experimenta nuestro cuerpo acostumbrado a los ciclos bipolares, se acerca a la surrealidad vital, lo que no impide absorber sensaciones a través de los ojos cansados de observar entre tanta claridad.
El camino del Norte en verano, es un viaje al fin de la noche. En los primeros compases de la ruta, las estrellas iluminan fieles a su cita, y la luna trabajadora incansable de las noches sin nubes, acompaña a la par compartiendo el mismo trozo de cielo. Más allá de ella todo es oscuridad, pero conforme se avanza hacia latitudes más septentrionales, el horizonte se tiñe con pinceladas de añil, azul, turquesa, naranja y rojo; todos ellos colores que anuncian la presencia del Sol. Durante un tiempo vuelan juntos, de la mano, la Luna a la izquierda, el Sol a la derecha, en una dura pugna por imponer su ley, pero finalmente es el Sol quien gana haciendo valer su veteranía y su tamaño, quedándose la luna atrás, que agotada y resignada se pierde en el confín de las sombras de los abismos meridionales.
Durante la escasa madrugada el Sol brilla tímido, pero con el descaro suficiente para teñir de celeste el cielo nocturno. Las sombras se alargan y el paisaje adquiere el tono mortecino de las primeras luces de los amaneceres primaverales.
Son las doce, las cero horas, y no hay rastro de las tinieblas que moldeando la superficie de la tierra, deben preceder a un nuevo día. La noche del solsticio de verano muere a manos del Sol que colorea las nubes de rojo, mientras el viaje se acaba, al igual que la noche que ha llegado a su fin. Más allá de los 68º de latitud norte, la oscuridad se diluye en un día eterno que lleva al fin de la noche.

lunes, 24 de junio de 2013

Atardeceres de verano



Languidece el día más largo del año. El Sol es un niño rebelde ansioso por quedarse a jugar en el jardín del verano y se resiste a acostarse a descansar en su cama de mar. Hoy ha tenido un día duro abrigando con sus rayos a los miles de seres ávidos de estío, y aunque mañana deberá madrugar para volver a su trabajo, prefiere quedarse un poco más y disfrutar de los últimos instantes de la tarde calurosa de finales del mes de junio. Este es un momento mágico del día. Es la repetición de los amaneceres pero en sentido inverso. La tierra está tórrida, exhausta. La piedra se refresca por fin rezumando el exceso de radiación en forma de cálido aliento. El aire huele a hierbas, a fresco ozono. El cielo azul se vuelve pálido, y se tiñe de tonos que van del rojo anaranjado del oeste al gris azulino del este. Un perro ladra a lo lejos, y los pájaros cantan nerviosos como llamando a los nidos a sus proles. La luz es tenue pero invita a los murciélagos a hacer sus primeras rondas nocturnas. La vida poco a poco se ralentiza.
El calor de la jornada invita a abrir puertas y ventanas de las casas de tal forma que en la quietud del atardecer se pueden percibir sonidos característicos de la vida cotidiana: el batir de los cubiertos, de los platos en la pileta; y se escapan conversaciones pausadas de personas que fuman en los porches.
El mar al sentir el contacto del Sol en su retirada, nos sopla su brisa fresca y húmeda que muerde la piel desnuda e invita al abrigo nocturno. Al otro lado, la luna se eleva, blanca y redonda, a vigilar el transcurrir de la noche en calma. Es la guardiana de nuestros sueños.
Poco a poco la noche entra en escena. Todo es sombra y siluetas recortadas contra el cielo añil. Los grillos  más puntuales mecen con su canto a las primeras horas e invitan al sueño de una noche de verano.
De repente todo es calma. Transición entre dos mundos, el día y la noche, la luz y la oscuridad el frescor del agua y el calor del fuego. Pronto amanecerá descorchando el Sol somnoliento un nuevo día, una nueva vida. El espectáculo debe continuar.

jueves, 6 de junio de 2013

Ensayo sobre los abrazos



Define la Real Academia Española de la Lengua al abrazo como la acción y el efecto de abrazar, lo que sin ninguna duda es cierto y obvio al mismo tiempo, pero esa definición esconde intrínsecamente la terrorífica frivolidad con que los burócratas tienden a la manipulación de las palabras. Un abrazo es mucho más. Es un acto que contiene la esencia del ser humano. Es un gesto que abarca toda nuestra humanidad. Es un hecho diferenciador, es nuestra marca biológica. Lo que nos distingue de otros seres vivos, como queda patente día tras día, no es la capacidad de pensar racionalmente, o la capacidad de crear utensilios con nuestras propias manos, es sino la capacidad del abrazo como manifestación sublime de la empatía.
A pesar de todo, nuestro mundo está carente de abrazos verdaderos y en cambio, en él, coexisten muchos usurpadores de abrazos, individuos sin alma que convierten el abrazo en traición, en algo insignificante, vacío, frívolo; simplemente en la acción y el efecto de abrazar. No sienten, es sólo otra pieza más dentro de un baile protocolario, una pose de cara a la galería. Un abrazo es una ofrenda de paz, muchos conflictos, por no decir todos, se hubieran evitado si los contingentes hubieran arrojado al barro del campo de batalla las frías bayonetas y con los brazos abiertos corrieran a alojar en su pecho a su congéneres oponentes y así fundidos pudieran manifestar su desconcierto hacia una lucha cuyo sentido nunca llegarían a comprender…
Soñar es gratuito, pero abrazar también lo es. No desgasta fuerzas, y en cambio reconforta con creces en relación al esfuerzo que genera. El abrazo es fuente de energía, en él se funden los átomos y se libera calor; es renovable. Genera alegría, confianza, compromiso, consuelo… todo piezas del engranaje que sostiene por un hilo a esa quimera denominada humanidad. Un abrazo es esperanza, es sosiego, es un apretón de manos desde el corazón. Es la válvula que libera la angustia contenida, la felicidad en las victorias trabajadas, el receptáculo en donde se vierten y comparten las lágrimas y el dolor en la tragedia. Son dos caras de un mismo gesto. Un emisor y un receptor de emociones que se retroalimentan, que fluyen estrechando la distancia entre dos mundos que se encuentran.
El abrazo es la máxima expresión de la vida, pues un abrazo es el que nos abriga en los primeros alientos y el que nos reconforta en los últimos tragos de la muerte. Recorramos pues la transición de la existencia, entre brazos ajenos, confeccionando un traje de abrazos en el que quepan muchos cuerpos, muchas historias y muchos sentimientos. Porque abrazamos, luego existimos.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Amaneceres



La noche además de para el amor, es para los valientes. Es un toque de queda que sólo los crápulas más intrépidos son capaces de desobedecer, recorriendo clandestinos el viaje al fin de la noche, para retirarse lentamente a sus guaridas en los instantes postreros que preceden al alba. Conforme el cielo empieza a palidecer, las primeras luces se asoman, tímidas, creando un mar de sombras que se escabullen por el efímero intervalo que precede al nuevo día. Allí habita la quietud y la calma, la vida permanece en suspenso en el reino del silencio, los negros de la noche se acortan escurriéndose por los sumideros de la mañana y la atmósfera adquiere un brillo mortecino de tonos grises, neutra, hasta que estos se desvanecen transformándose en aire límpido de ocres pálidos y azules.
Es el momento del frescor en los días calurosos, la tregua del descanso anterior a las tórridas jornadas veraniegas. Poco a poco los grillos cesan en su polifónico coro cediendo el testigo al afónico canto del gallo que habita en la vereda de la puerta de atrás. La ciudad, poco a poco se despereza al compás del excitado trino de los gorriones. El asfalto húmedo se sacude la carcasa de rocío, y transpirando el fresco vapor pone en ebullición los engranajes que perfilan los escenarios del teatro de un día cualquiera. En él, si llueve, el cielo interpretará al piano de la lluvia un drama intimista; en cambio si el Sol es protagonista, traerá con la caricia de sus cálidos rayos una comedia analgésica que ayudará a transitar con una sonrisa por los malos tragos que se puedan presentar.
Poco a poco, las aceras se construyen con el rítmico aporte de decenas de hormiguitas, que con los ojos aun cansados de cargar con el peso de sueños recientes, se dejan ver tímidas y pausadas dibujando, ladrillo a ladrillo, los senderos de hormigón y cemento que conducen al trabajo, al ocio, al tedio o, al sopor cotidianos de un nuevo día que amanece como preludio del futuro inminente que habita anónimo donde las calles no tienen nombre.
Asomado a la ventana del alba, disfruto del instante de paz y tranquilidad que ocupa la antesala del día, mientras, al otro lado, la noche agoniza y muere. Aturdidas por el aroma del café recién hecho, mis legañas se disuelven en un mar de palabras, de negro sobre blanco; y respirando el frescor de la bruma de la mañana, recojo mis fuerzas para afrontar la lucha cotidiana y deambular por las innombrables calles sin nombre. Porque hoy es la siguiente batalla. Porque ahora es el futuro.