Es
difícil explicar con palabras las sensaciones que entran por los ojos al
visitar esta región de las tierras altas de Islandia denominada
Landmannalaugar. Al adentrarte en la Reserva Natural de Fjallabak puedes comprender
que te encuentras en un paraje insólito: un desierto volcánico de color marrón
rodeado de altas montañas, lagos y surcado por ríos procedentes del deshielo.
Al final de la pista, se encuentra Landmannalaugar, un lugar único. Comprender
que es lo que hay allí, y visualizarlo sin haber estado, es imposible, pero se
puede intentar realizando un sencillo ejercicio de imaginación. Para ello debes
cerrar los ojos y pensar en un valle circular, inmenso, de color verde
brillante, con ríos de agua cristalina que lo cruzan y un pequeño grupo de
ovejas paciendo en un rincón. Alrededor, el valle lo rodean montañas
triangulares que se entrecruzan, como dientes de una sierra, y se derriten
ladera abajo en múltiples colores: marrones, grises, blancos, verdes, rojos, anaranjados...
A tu espalda un inmenso campo de lava tapizado con una moqueta verde de musgo,
rompe el paisaje en miles de formas caprichosas y aleatorias de cristal y
piedra. Ahora escucha… lo oyes? Al fondo el balar perdido de una oveja. En la
distancia el murmullo de un lecho de agua que corre. De vez en cuando el aire
que ruge suave. Fuera de eso, nada. El vacío absoluto.
Al
final del sendero, en la cima, la tierra respira exhalando nubes de vapor y
cercos de amarillo azufre. El centro de la tierra palpita, ardiente, pero
aguarda paciente. Desde arriba, el paisaje es sobrecogedor por su magnitud.
Al
descender, se desanda el camino con la sensación constante, al girar la vista
360º, de que caminas por un mundo perdido, por otro planeta. Si la Luna fuera en
color y Marte fuera no fuera rojo, serían, sin duda, Landmannalaugar.
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