Notas de viaje

"La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren."

Francis de Croisset


miércoles, 17 de julio de 2013

Islandia (I): Viaje al fin de la noche



Es difícil de concebir el día sin la noche, es como un círculo que no se cierra, la cara sin la cruz o un héroe sin supervillano. Por ello la sensación que experimenta nuestro cuerpo acostumbrado a los ciclos bipolares, se acerca a la surrealidad vital, lo que no impide absorber sensaciones a través de los ojos cansados de observar entre tanta claridad.
El camino del Norte en verano, es un viaje al fin de la noche. En los primeros compases de la ruta, las estrellas iluminan fieles a su cita, y la luna trabajadora incansable de las noches sin nubes, acompaña a la par compartiendo el mismo trozo de cielo. Más allá de ella todo es oscuridad, pero conforme se avanza hacia latitudes más septentrionales, el horizonte se tiñe con pinceladas de añil, azul, turquesa, naranja y rojo; todos ellos colores que anuncian la presencia del Sol. Durante un tiempo vuelan juntos, de la mano, la Luna a la izquierda, el Sol a la derecha, en una dura pugna por imponer su ley, pero finalmente es el Sol quien gana haciendo valer su veteranía y su tamaño, quedándose la luna atrás, que agotada y resignada se pierde en el confín de las sombras de los abismos meridionales.
Durante la escasa madrugada el Sol brilla tímido, pero con el descaro suficiente para teñir de celeste el cielo nocturno. Las sombras se alargan y el paisaje adquiere el tono mortecino de las primeras luces de los amaneceres primaverales.
Son las doce, las cero horas, y no hay rastro de las tinieblas que moldeando la superficie de la tierra, deben preceder a un nuevo día. La noche del solsticio de verano muere a manos del Sol que colorea las nubes de rojo, mientras el viaje se acaba, al igual que la noche que ha llegado a su fin. Más allá de los 68º de latitud norte, la oscuridad se diluye en un día eterno que lleva al fin de la noche.

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