Reykjavik
es una ciudad con alma de pueblo que se viste de capital para que sus apenas
120000 habitantes le otorguen un carácter alegre y animado. Reykjavik es
moderna con mucho ambiente nocturno, con muchos bares y tiendas que hacen que
las calles sean bulliciosas y con gente en movimiento hasta bien avanzado el
día. Pero este bullicio no es ruidoso, sino la antítesis de la propia identidad
de la ciudad porque si hay algo que puede contagiar Reykjiavik, es
tranquilidad, sosiego y calma. Mucha calma. Es un Spa kilométrico con casitas
bajas, recubiertas con paneles de chapa de colores, que forman calles
relativamente estrechas por las que apenas hay tráfico, y los pocos coches que
transitan por ellas lo hacen a un ritmo pausado, sin estrés. No importa la hora
que sea ni hacia donde se dirijan, su destino seguirá estando allí cuando
lleguen. Por sus calles no hay tensión, y algunos rincones rezuman paz.
Los
rayos del Sol son un bien escaso a pesar de las numerosas horas de luz, y
cuando estos hacen su aparición, los cafés comienzan a sacar el mobiliario a la
calle inundándose las terrazas con los lugareños ávidos de absorber hasta la
última gota de radiación, mientras lo acompañan con un cremosos capuccino o una
dorada cerveza.
En
este rincón del mundo, próximo al confín de la tierra, el tiempo no pasa, se
detiene y se queda a disfrutar de la vida en su máxima expresión, a pesar de
las durísimas condiciones ambientales a la que está sometida esta ciudad.
Porque siempre se aproxima el invierno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario