Notas de viaje

"La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren."

Francis de Croisset


viernes, 19 de julio de 2013

Islandia (II). Reykjavik, ante todo mucha calma



Reykjavik es una ciudad con alma de pueblo que se viste de capital para que sus apenas 120000 habitantes le otorguen un carácter alegre y animado. Reykjavik es moderna con mucho ambiente nocturno, con muchos bares y tiendas que hacen que las calles sean bulliciosas y con gente en movimiento hasta bien avanzado el día. Pero este bullicio no es ruidoso, sino la antítesis de la propia identidad de la ciudad porque si hay algo que puede contagiar Reykjiavik, es tranquilidad, sosiego y calma. Mucha calma. Es un Spa kilométrico con casitas bajas, recubiertas con paneles de chapa de colores, que forman calles relativamente estrechas por las que apenas hay tráfico, y los pocos coches que transitan por ellas lo hacen a un ritmo pausado, sin estrés. No importa la hora que sea ni hacia donde se dirijan, su destino seguirá estando allí cuando lleguen. Por sus calles no hay tensión, y algunos rincones rezuman paz.
Los rayos del Sol son un bien escaso a pesar de las numerosas horas de luz, y cuando estos hacen su aparición, los cafés comienzan a sacar el mobiliario a la calle inundándose las terrazas con los lugareños ávidos de absorber hasta la última gota de radiación, mientras lo acompañan con un cremosos capuccino o una dorada cerveza.
En este rincón del mundo, próximo al confín de la tierra, el tiempo no pasa, se detiene y se queda a disfrutar de la vida en su máxima expresión, a pesar de las durísimas condiciones ambientales a la que está sometida esta ciudad. Porque siempre se aproxima el invierno.

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