Notas de viaje

"La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren."

Francis de Croisset


miércoles, 29 de mayo de 2013

Amaneceres



La noche además de para el amor, es para los valientes. Es un toque de queda que sólo los crápulas más intrépidos son capaces de desobedecer, recorriendo clandestinos el viaje al fin de la noche, para retirarse lentamente a sus guaridas en los instantes postreros que preceden al alba. Conforme el cielo empieza a palidecer, las primeras luces se asoman, tímidas, creando un mar de sombras que se escabullen por el efímero intervalo que precede al nuevo día. Allí habita la quietud y la calma, la vida permanece en suspenso en el reino del silencio, los negros de la noche se acortan escurriéndose por los sumideros de la mañana y la atmósfera adquiere un brillo mortecino de tonos grises, neutra, hasta que estos se desvanecen transformándose en aire límpido de ocres pálidos y azules.
Es el momento del frescor en los días calurosos, la tregua del descanso anterior a las tórridas jornadas veraniegas. Poco a poco los grillos cesan en su polifónico coro cediendo el testigo al afónico canto del gallo que habita en la vereda de la puerta de atrás. La ciudad, poco a poco se despereza al compás del excitado trino de los gorriones. El asfalto húmedo se sacude la carcasa de rocío, y transpirando el fresco vapor pone en ebullición los engranajes que perfilan los escenarios del teatro de un día cualquiera. En él, si llueve, el cielo interpretará al piano de la lluvia un drama intimista; en cambio si el Sol es protagonista, traerá con la caricia de sus cálidos rayos una comedia analgésica que ayudará a transitar con una sonrisa por los malos tragos que se puedan presentar.
Poco a poco, las aceras se construyen con el rítmico aporte de decenas de hormiguitas, que con los ojos aun cansados de cargar con el peso de sueños recientes, se dejan ver tímidas y pausadas dibujando, ladrillo a ladrillo, los senderos de hormigón y cemento que conducen al trabajo, al ocio, al tedio o, al sopor cotidianos de un nuevo día que amanece como preludio del futuro inminente que habita anónimo donde las calles no tienen nombre.
Asomado a la ventana del alba, disfruto del instante de paz y tranquilidad que ocupa la antesala del día, mientras, al otro lado, la noche agoniza y muere. Aturdidas por el aroma del café recién hecho, mis legañas se disuelven en un mar de palabras, de negro sobre blanco; y respirando el frescor de la bruma de la mañana, recojo mis fuerzas para afrontar la lucha cotidiana y deambular por las innombrables calles sin nombre. Porque hoy es la siguiente batalla. Porque ahora es el futuro.

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