En
los aeropuertos, existe un microcosmos en constante ebullición. Su dinámica es
en oleadas. Como buen universo se expande para tiempo después volverse a
contraer, en una marea de personas y tiempo con circunstancias y
casuísticas particulares, pero tan
variables y numerosas como luces dibujadas en el cielo de una noche oscura.
Este submundo, es una sociedad viva al margen de la sociedad. Es un mundo
perfecto, feliz, estéril y seguro, convenientemente estructurado con sus
jerarquías y sus castas que constituyen el engranaje de ese gran contenedor de
sentimientos que es la terminal. Por sus lustrosos pasillos se arrastran los
reflejos de miles de historias cada día. Historias dispares que confluyen,
interactúan y en algunos casos interaccionan durante el lapso de tiempo que
dura el tránsito.
La
terminal es la soledad del niño que viaja sin comprender todavía por qué le ha
tocado conocer el repetitivo camino que recorre la tierra quemada que se
extiende entre el abrazo del padre y el beso de la madre. En la terminal cabe
la alegría del reencuentro tras la separación forzada; la ilusión del que parte
a conocer lugares y costumbres, o a descansar en paraísos perdidos pero no
olvidados. También hay lugar para la angustia y la tristeza que la distancia
fabrica en la separación de los seres queridos. Entremedias también habita la
melancolía y añoranza por las experiencias vividas en un viaje de ensueño, la
incertidumbre ante nuevos retos o el alivio del que deja atrás viejos
fantasmas. Hasta cabe el miedo y la ansiedad del temeroso a volar.
Como
submundo que es, la terminal es lugar de trabajo para el comprometido ejecutivo,
biblioteca para el ávido lector o dormitorio para cansados intrépidos. Con sus
zonas de ocio, de compras, de descanso, es un gran centro comercial exclusivo.
Una isla que vive a espaldas del mundo exterior a pesar de unir los pedazos de
miles de vivencias, los trocitos de las miles de historias reales de las que se
alimenta y crece. Es vida hecha de muchas vidas.
La
terminal es un puzle de ilusión, incertidumbre, nuevos proyectos, segundas
oportunidades, despedidas, abrazos, besos pero nunca es fin sino el paréntesis
que separa dos realidades: la virtualmente limpia y aséptica de la
verdaderamente sucia y cruel realidad.
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