Todo
llega. Desde que tengo uso de razón, he gastado mis horas deseando algo. Una
cita, un evento, un anhelo… Siempre hay una fecha señalada, marcada en el
calendario, en la que anclar la vista para iniciar una cuenta atrás que va desgranado
los días y las horas, que se caen como hojas en otoño, hasta que llega el
momento aguardado, y en un guiño, la experiencia pasa por nosotros, como un
suspiro, dejándonos huérfanos en el éxtasis, después de semanas e incluso meses
de espera. Todo pasa.
Cada
cuenta atrás es un estímulo. Es una meta que permite iniciar el viaje cada día,
que nos hace tolerar la rutina y el tedio cotidianos. La ansiedad por alcanzar
el objetivo, es el impulso que nos deja sacar el pie fuera de la cama cada mañana.
Da igual lo que sea: las vacaciones, el reencuentro con esa persona amada, vuestra
boda, el viaje soñado o la inminente llegada del fin de semana; son ilusiones
cocinadas a fuego lento en nuestro imaginario y que saboreamos en el duermevela
de las noches de espera.
Al
final, el tiempo pasa y corre a nuestro favor a la vez que se vuelve en nuestra
contra. Pasa a través de nosotros, llevándose el momento esperado, que aunque permanezca
grabado en nuestra memoria, también nos arrebatará los despojos de la insípida realidad
mundana, que consumimos sin saborear, obcecándonos en masticar el anhelado
banquete que todavía está por llegar. Recorremos el camino, sedientos, tan
pendientes de las prometidas fuentes del paraíso, que no nos detenemos ni siquiera
a contemplar de reojo las cascadas reales que pueblan el paisaje que se dibuja
a través de la ventanilla, inconscientes de que el instante que nos acerca al
momento soñado, es el mismo que, inevitablemente, nos aproxima al ineludible
Destino Final.
Al final de la cuenta atrás
habita el desconcierto, el vacío que sigue al clímax. Habrá que intentar
llenarlo golpe a golpe, paso a paso y día a día. En todo caso,
pronto será viernes otra vez. Suma y sigue.
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