Define la Real Academia Española de la Lengua al
abrazo como la acción y el efecto de abrazar, lo que sin ninguna duda es cierto
y obvio al mismo tiempo, pero esa definición esconde intrínsecamente la
terrorífica frivolidad con que los burócratas tienden a la manipulación de las
palabras. Un abrazo es mucho más. Es un acto que contiene la esencia del ser
humano. Es un gesto que abarca toda nuestra humanidad. Es un hecho
diferenciador, es nuestra marca biológica. Lo que nos distingue de otros seres
vivos, como queda patente día tras día, no es la capacidad de pensar
racionalmente, o la capacidad de crear utensilios con nuestras propias manos,
es sino la capacidad del abrazo como manifestación sublime de la empatía.
A pesar de todo, nuestro mundo está carente de
abrazos verdaderos y en cambio, en él, coexisten muchos usurpadores de abrazos,
individuos sin alma que convierten el abrazo en traición, en algo
insignificante, vacío, frívolo; simplemente en la acción y el efecto de
abrazar. No sienten, es sólo otra pieza más dentro de un baile protocolario,
una pose de cara a la galería. Un abrazo es una ofrenda de paz, muchos
conflictos, por no decir todos, se hubieran evitado si los contingentes
hubieran arrojado al barro del campo de batalla las frías bayonetas y con los
brazos abiertos corrieran a alojar en su pecho a su congéneres oponentes y así
fundidos pudieran manifestar su desconcierto hacia una lucha cuyo sentido nunca
llegarían a comprender…
Soñar es gratuito, pero abrazar también lo es. No
desgasta fuerzas, y en cambio reconforta con creces en relación al esfuerzo que
genera. El abrazo es fuente de energía, en él se funden los átomos y se libera
calor; es renovable. Genera alegría, confianza, compromiso, consuelo… todo
piezas del engranaje que sostiene por un hilo a esa quimera denominada
humanidad. Un abrazo es esperanza, es sosiego, es un apretón de manos desde el
corazón. Es la válvula que libera la angustia contenida, la felicidad en las
victorias trabajadas, el receptáculo en donde se vierten y comparten las lágrimas
y el dolor en la tragedia. Son dos caras de un mismo gesto. Un emisor y un
receptor de emociones que se retroalimentan, que fluyen estrechando la
distancia entre dos mundos que se encuentran.
El abrazo es la máxima expresión de la vida, pues un
abrazo es el que nos abriga en los primeros alientos y el que nos reconforta en
los últimos tragos de la muerte. Recorramos pues la transición de la
existencia, entre brazos ajenos, confeccionando un traje de abrazos en el que
quepan muchos cuerpos, muchas historias y muchos sentimientos. Porque abrazamos,
luego existimos.
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