Desde Bergen tomamos un tren
que con extrema puntualidad nos condujo a Myrdal. En un apeadero entre montañas
de cumbres nevadas, nos subimos al Flamsbana o tren de Flam, una obra de la
ingeniería que tiene el privilegio de ser el tren convencional que transcurre
por la vía con mayor porcentaje de desnivel del mundo. En apenas 20 km,
descendemos desde 845 m de altitud, hasta el nivel del mar, entre
espectaculares laderas, pintorescos pueblecillos y numerosas cascadas ubicados
en un paisaje de encanto. Al final de la línea se encuentra el curioso y
turístico pueblo de Flam, con su puerto de partida y escala de numerosas
embarcaciones destinadas a mostrar la maravilla natural de los fiordos.
El barco nos condujo desde
Flam a Gudvangen, en dos horas de recorrido a través del Aurlandsfjorden y del
Naeroyfjorden, dos de los más estrechos y espectaculares fiordos, “afluentes”
del gran Sognfjorden. Al inicio de la travesía el sol no quiso faltar a la
cita, pero poco a poco las nubes lo amordazaron, permitiendo el filtro de una
luminosidad suficiente para dar al paisaje las pinceladas justas de luces y
sombras, creando un cuadro sobrecogedor en un marco incomparable.
El mar es verde turquesa, las
montañas, altísimas moles de paredes verticales tapizadas de verde o desnudas
de gris, el mismo color del cielo. Entre los dientes de esa sierra, caen al
vacío hilos de agua procedentes del deshielo y en la base se suaviza en verdes
valles con núcleos de casas, cuya existencia es imposible de imaginar durante
los largos y duros días de invierno. En la cubierta del barco desearías tener
visión periférica de 360º, pero desistes y te sientas atónito fijando la vista
en alguna dirección, luego en otra, casi insensible al frío que se puede sentir
al navegar por el ecuador de una tarde del mes de agosto.
Todo llega, y el fin no es
una excepción. Echando la vista atrás, al estrecho desfiladero de roca y agua
salada, montamos en el autobús que nos dará la última muestra de Noruega en forma
de cáscara de nuez, a través de carreteras sinuosas que recorren valles
glaciares, bosques y lagos…
De vuelta al tren que nos
conduce a Bergen, se termina nuestro breve pero intenso viaje, por una pequeña
muestra de este país que disfruta del verano, preparándose para el invierno que
siempre se aproxima.
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