Bergen es la segunda ciudad
de Noruega después de la capital Oslo. Está ubicada en el suroeste del país, en
la costa donde la tierra se disgrega en trozos de diferente tamaño, formando un
caos de islas, islotes y penínsulas entretejidas por una maraña de fibras
marinas que son los famosos fiordos. Desde el aire, esta zona a la insinuante
luz del anochecer, muestra un paisaje sin igual revelándose como el aperitivo
perfecto a lo que el viajero se va a encontrar.
Bergen, no es la típica
ciudad nórdica (al menos en esta época del año) en cuanto a ambiente. Es
animada y bulliciosa pero sin ser escandalosa, pero huele a invierno por los
cuatro costados. El aire está impregnado del olor de especias, a una mezcla de
curri y mostaza, pero a medida que bajas al puerto, la brisa del mar te asalta
con su fragancia de sal y pescado. A pie de mar, se encuentra el mercado del
pescado, con sus puestos de toldos escarlatas, donde el salmón, el bacalao, la
ballena y el cangrejo rey son las estrellas y se pueden degustar a la plancha,
ahumados, en bocadillo, etc. Dejando atrás el fish market, continuando la línea del muelle, se llega al Bryggen,
una pintoresca línea de casas de madera adosadas que antaño fueron los
almacenes de los seres y enseres de los pescadores y que en 1702, tras un
incendio devastador, resurgieron de sus cenizas tal y como eran entonces para
convertirse en el símbolo y orgullo de la ciudad. Bajo el amparo del mediático
sello de la UNESCO, hoy albergan cafés y tiendas de artesanía y souvenirs.
Fuera de esta zona, y no muy
lejos de ella, se puede huir del alboroto de los miles de turistas que la
transitan a diario, y perderse por la esencia nórdica de Bergen. Son varios los
barrios formados por entramados de calles adoquinadas, estrechadas por casitas
de madera de colores variados. En sus esquinas se detiene el tiempo y el
silencio se adueña del espacio a escasos metros del bullicio, mientras puedes ver
a algún vecino incrédulo de encontrarte fuera del meollo que te saluda
educadamente.
En esta época del año la
cantidad de luz es espectacular, unas 17 horas al día, que invita a la gente a
disfrutar al máximo de la primavera tardía u otoño temprano (así es su verano),
lo que se refleja en el sin número de actividades al aire libre que realizan
los amables pero fríos noruegos: correr, andar en bici, patear por el monte,
terracear, vida nocturna… aprovechando cada rayo de sol, mientras se preparan
para la inminente llegada del invierno que se aproxima.
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