La
noche que yo muera viajaré a la luna nueva
Abrazado
a tu lamento, cabalgando en mi último aliento.
Será
por fin, cuando muera, que descanse sentado
En
el borde de una acera, al abrigo del cemento.
No
habrá visita al fuego eterno del pecado
Que
arde envenenado al final del suelo.
Ni
condena implacable a la vida miserable
En
un palacio de cristal de igual color que el cielo.
Será
de madrugada, que, el día cuando muera
Mi
cuerpo arderá en la hoguera furiosa del olvido
Será
el fuego a la vez, mi destino y mi juez.
Que
sus fauces me devoren, que calme así la sed.
Y
que suene la música, que se apague el llanto
Que
acompañen el viaje los acordes de mi canto
Pues
será esta canción, el refugio de mi alma
Su
eco avivará la llama, al final de la actuación.
Acunad
mi polvo al ritmo de la sinfónica prosa
Que
dibuja el viento tibio al acariciar las hojas
Y
mezclad así las notas, al compás de muchas otras
Y
mis restos se harán brotes, al nacer la primavera.
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