Mi
Padre nació en tiempos revueltos, en el verano de la postguerra, en el seno de
una familia humilde, en una casa sin paredes. Desde muy joven cumplió con su
destino: el poner su capacidad de trabajo al servicio de los demás. Mi Padre
convirtió su vida en un continuo madrugón, primero para servir a la familia de
su padre y más tarde para crear y sacar adelante a su propia familia.
Sus
principios eran básicos, elementales; y sus férreas convicciones, constituían
la columna vertebral de sus actos proporcionándole a su vida un soporte y una
integridad sin fisuras ni debilidades. Como Boxer,
el sacrificado caballo de tiro de la excelente fábula política “Rebelión en la
granja”, tenía una máxima con la que respondía siempre ante cualquier situación
que a cualquiera nos hubiera hecho flaquear y abandonar toda convicción de que
el esfuerzo individual responde a un bien colectivo, y esta era simplemente:
trabajaré más duro.
Su
pasión éramos nosotros, su familia, principalmente mi madre, la religión y el
F.C. Barcelona. Los tres pilares sobre los que cimentaba su existencia. Si las
fuerzas flaqueaban estaba la religión como inyección. Si era la Fe la que se
tambaleaba, la familia era la fuerza. Y mientras tanto, entre fatiga y
fatiga, siempre había un partido de su
Barça que le permitía recuperar el aliento.
Dándole
trabajo duro al trabajo, transcurrió su vida, consiguiendo el propósito de
sacarnos adelante con el impulso necesario para que pudiéramos controlar
nuestro propio porvenir. Y fue así que decidió parar, decidió que ya era el
momento de retirarse a descansar. Entonces fue cuando olvidó recordar… Justo
cuando se disponía a coger aire y disfrutar de aquellas cosas sencillas que no
pudiera realizar en su atareada vida, lo visitó un señor con nombre alemán, que
fue consumiendo su memoria hasta degradar de forma progresiva su existencia.
Otra vez había que trabajar duro para ralentizar, lo máximo posible, la
vertiginosa y cruel degeneración, manteniendo izada la bandera de la dignidad.
De nuevo, trabajar y luchar, hasta el final.
Hasta
hace apenas unas semanas, pasábamos algunas tarde paseando del brazo y
charlando de cosas incongruentes y hasta fantásticas a veces, como un niño y su
padre, sólo que con los roles cambiados. Nos sentábamos mirando al mar y
cogidos de la mano, le decíamos adiós al tímido Sol de invierno.
Una mañana de febrero, su
maltrecho cerebro y su corazón cansado se apagaron para siempre. Se fue a
descansar por fin, en paz. El creía en la otra vida, en la que se encontraría
con aquellos que apreciaba y que habían emprendido el camino antes que él. Si
tenía razón, sin duda estará allí con Tino y Róber, sus amigos, las personas
con las que compartió la que posiblemente fue una de las etapas más felices de
su vida. Y así entre partida y partida de subastado, espero que pueda asomarse
a la ventana de la existencia y observar y sentirse orgulloso de aquello por lo
que más duro trabajó: Nosotros. Yo por mi parte lo estoy, orgulloso de él y
eternamente agradecido.
Un abrazo, compañero.
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