Notas de viaje

"La lectura es el viaje de los que no pueden tomar el tren."

Francis de Croisset


viernes, 12 de agosto de 2011

Machu Picchu II. La Ciudadela


Esta es la entrada que más cuesta escribir, pues es muy difícil describir con palabras las sensaciones que desprende el mágico lugar. Machu Picchu hay que vivirlo, hay que estarlo. Aun a riesgo de parecer místico, se ha de decir que, los recuerdos que se configuran al cerrar los ojos, las imágenes, las fotografías, no consiguen transmitir las sensaciones que se experimentan estando allí sentado con la ciudadela a los pies. Las fotos son espectaculares, invitan a la visita, pero no logran descubrir lo que es en realidad. Hay piedras, ruinas… pero eso es lo de menos. Machu Picchu es mucho más.
A las 4:30 de la mañana el viajero se hace caminante, para recorrer los 6 km de ascensión hasta la entrada al santuario. Noche cerrada, no hay luces, sólo el susurro del río. Ni siquiera pájaros cantando. El puente Ruinas se abre a las 5 am. Presentando el pase hay acceso, se cruza el río Urubamba y comienza la subida por las empinadas escaleras que cortan la carretera Hiram Bingham, por la que todavía no han comenzada a subir los microbuses. El ascenso es duro, mucho desnivel. El aliento se condensa en el haz de luz de la linterna. Poco a poco la selva se despierta presintiendo las primeras luces que se dibujan detrás de las montañas. A más de la mitad de la ascensión, te alcanza la mañana mostrando lo que resta todavía, pero aunque con poco aliento la motivación, ayuda a llegar a la meta.
A partir de las 6 am ya se puede acceder a las ruinas, hay cola, pero con paciencia entras y puedes tomar una instantánea sin el tumulto. Un poco más de subida y se llega a la zona agrícola occidental a tiempo para ver subir el sol entre los picos, vertiendo sobre la ciudadela un espectacular manto de luces y sombras. Allí sentado, no puedes apartar la vista: abajo las ruinas destacando entre el verde intenso de la Plaza Central, enfrente el coloso macizo de Huayna Picchu (montaña joven en quechua) guardián antagonista del cerro Machu Picchu (montaña vieja), al norte y al sur del santuario respectivamente. El día transcurre paseando por las distintas estancias, y para acabar se vuelve a subir porque el caminante quiere volver a respirar el aire, escuchar el silencio, disfrutar de la vista de 360º. Está exhausto por el madrugón, la caminata y el paso de las horas, pero se resiste a abandonar el lugar…
Nueve horas después, pasan de las tres de la tarde, comienza a declinar la tarde, se echa la última mirada y se emprende el camino de regreso. Ahora la meta es otra: saborear una gran cerveza fría y contemplar los recuerdos.

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